El foro secular universitario

Desde el primer día en que Adrián entró al recinto universitario y sintió la brisa del espíritu liberal de la mayoría de sus mentores, renacieron en su alma muchas de las fantasías y de los enigmas de su primera infancia que habían permanecido aherrojadas en la prejuiciosa educación familiar y en el ámbito confesional de las enseñanzas doctrinarias eclesiales. Todo cambió en su vida interior de pronto y las fuerzas incontenibles de su juventud le mostraban todas las maravillas que puede proporcionar la libertad de espíritu.

Su viejo mundo de fantasmas susurrantes que acechaban su vida real y su confuso universo onírico habían salido huyendo en medio de su explosión libertaria, mientras su mente y su espíritu se llenaban de un nuevo universo pletórico de alegría, de sensualidad, de nuevos enigmas metafísicos y de una especie de amor incontenible por todo lo desconocido y por todo lo bello. Al mismo tiempo iba naciendo en su conciencia una nueva forma de moral que discernía con absoluta libertad y se inclinaba hacia la libertad, la justicia, la generosidad, la amistad y la belleza.

Aunque Adrián no había disminuido su ritmo frenético de lectura de la adolescencia, ahora tenía la asesoría de algunos de sus mentores, quiénes le señalaban las distintas áreas de la literatura que consideraban más acordes a su vocación acentuada en las artes y la filosofía. El director de Filosofía le confiaba las llaves de la biblioteca y lo impulsaba hacia los grandes escritores de la Nueva España, mientras su maestro de Literatura lo interesaba en los Clásicos Griegos y Romanos. Pero quién representó la influencia más importante fue el maestro de Metodología, el Dr. Christian Brunette quién al verlo entusiasmado con el entonces joven escritor mexicano Carlos Fuentes le pidió que leyera una novelita de Virginia Wolf. Entonces descubrió que su ídolo de La Región mas Transparente era sólo un plagiario afortunado, ya que en México no se conocía a esta literata inglesa cuando publicó su obra más famosa. Ese mismo maestro le sugirió la lectura de Albert Camus, justo en el año que recibió el Premio Nobel de Literatura.

Camus jugó un papel decisivo en la vida de Adrián, ya que en un momento histórico en el que el nihilismo y el marxismo – interpretado por Lenin – se habían apoderado, casi por completo, del mundo filosófico y político de Europa, surge un maestro de la literatura que señala el fracaso histórico de las rebeliones y la permanencia en el poder político de los tiranos y en general de quiénes consideran que sus ideas son inexpugnables: ‘Me decían que eran necesarias muchas muertes para llegar a un mundo en paz’ y ‘No sólo se vive de lucha y odio. No siempre se muere con las armas en la mano. Existe la historia, pero además existe otra cosa: la felicidad y la belleza’. Son dos frases magníficas de Camus que expresan su respeto por la vida humana, de cualquier credo o ideología y su inefable gusto por la belleza.

La voz de Camus se opuso siempre a quiénes intentan transportar todo lo absoluto a la historia y la convierten en una verdad eterna. Fue una voz levantada siempre contra la injusticia y fue la más pura y noble de su tiempo. Pensaba que el ser humano debe servir al mismo tiempo al dolor y a la belleza. Decía Camus que quien ama la soledad no cesa de afirmar su intransigente fidelidad por las causas justas, aunque de momento parezcan causas perdidas. Camus subió a todos los foros públicos para gritar con pasión contra todos los sistemas totalitarios, contra los progresos inicuos de ciertos sectores de la sociedad, contra las represiones, contra las infamias de la razón del Estado y contra la pena de muerte.

Quizá la causa fundamental de la predilección de Adrián por Albert Camus era que él tampoco podía justificar la guerra y las purgas de los socialistas de esa época para quiénes no compartían sus ideas, ya que se llegaba a una situación similar al de las potencias capitalistas que consideraban justas y necesarias las guerras contra sus enemigos ideológicos y los maltratos y encarcelamiento de los disidentes a la política del Estado. Por más que se hablase de una especie de justicia social en el caso del comunismo de Stalin o de una acción para proteger la voluntad de las mayorías en el caso del capitalismo occidental, el resultado final era el mismo: la muerte o el maltrato de un ser humano por una diferencia de ideas.

Para Adrián fue muy importante la historia de la amistad y el posterior rompimiento entre Camus y Jean Paul Sartre, ya que ambos fueron iconos del existencialismo y militantes de la izquierda. Pero al fin de la Segunda Guerra Mundial los hechos reales de la ocupación nazi en Francia los colocó en lados opuestos de lo que en apariencia era una ideología común. Sartre se había convertido al Comunismo – sin afiliarse al partido – y le insistía a Camus que siendo afiliado al Partido Comunista era obligatorio que los intelectuales como él también se ensuciaran las manos para poder revolucionar el orden de las sociedades humanas. Camus le respondió públicamente que él no deseaba ser ‘ni víctima ni verdugo’ acusando a Sartre de sus intenciones de obligar a los artistas a comprometerse a expresar sus ideologías políticas, lo que constituía en sí una ideología ‘esclavista’.

Aunque la base de la discordia entre Sartre y Camus era filosófica, el duelo entre ambos autores se realizaba ante todo el público en el campo de la política. Se discutía si la Historia lo era todo o era sólo un aspecto del destino humano. Asimismo se discutía si la Moral era una esfera autónoma o si estaba vinculada al desarrollo histórico y a la vida colectiva. Sartre creía con fervor en el modelo social estalinista, aceptando que aún con la falta de libertades, el terrorismo de estado y la ausencia de garantías constitucionales, el proyecto socialista era superior al Capitalismo. Camus, por su parte, consideraba que la existencia de estas condiciones convertían al Socialismo en un sistema político tan execrable como el Capitalismo que por lo menos perdonaba ‘selectivamente’ a los artistas e intelectuales famosos que disentían de sus ideas.

A pesar de que en la época de los cincuentas, los socialistas radicales consideraron a Camus como un desertor y los filósofos existencialistas lo tildaban de diletante; durante la ceremonia de aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1957 pronunció un discurso genial, cuyo profundo contenido humanista y moral apenas está siendo aquilatado en el angustioso presente de la sociedad humana:
‘Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza.
No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación quisiera yo declinar hoy el honor que acabáis de hacerme’.

Recordando esta fracción del discurso de Camus en Estocolmo, Adrián, parodiando al genial Alfonso Reyes, se sentaba a la vera del camino para leer sus libros favoritos mientras desfilaban nerviosos quiénes pensaban que las posesiones materiales eran el asunto más importante en la vida del ser humano y la democracia era un proceso similar al de la jungla, donde las especies superiores dominaban a las inferiores por medio de la violencia. Por lo que empezaban a construir grandes pedestales para ungir a los nuevos héroes regiomontanos que aún cuando sus antepasados huyeron de Monterrey durante la invasión norteamericana, ahora se sentían los forjadores de una gran ciudad recreando un nuevo mito extra bíblico, donde los preferidos de un dios paranoico, racista y vengador eran premiados con el poder económico que es lo único equiparable y aún superior, al descanso final en la vida eterna de los devaluados cristianos.

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