El ser humano promedio nunca ha estado consciente de que vive en un mito permanente durante toda su vida y lo mismo sucede con sus generaciones anteriores y posteriores, ya que las principales vivencias domésticas, sus conflictos emocionales y sus acciones sobrevivenciales dominan por completo el panorama de su vida y no le permiten hurgar en problemas más profundos como los referentes al origen de la vida, la existencia de seres superiores y en general todo tipo de inquietudes metafísicas.
Hago esta reflexión debido a que el mundo actual, sin excepción, está experimentando un cambio muy profundo en su concepción de la realidad, sin que pueda percatarse, ya que la mayoría de los seres humanos agota la mayor parte de su tiempo en la búsqueda del éxito material, el control de sus emociones y una visión del futuro a muy corto plazo. Todo ello en un contexto muy limitado de seres humanos en contacto con nosotros que son principalmente familiares y amigos, en un espacio físico que regularmente no alcanza a otros países y dentro de una valuación sobre estimada de nuestra propia capacidad e inteligencia.
Los enormes cambios que ahora mismo ocurren en todas las regiones del mundo parecen no ser visibles para la gran mayoría de los seres humanos, por lo que me voy a referir a una etapa de la sociedad humana en particular, cuando ocurrió un gran cambio de paradigmas y de mitos en tan solo un siglo y mediante la acción de unas cuantas personas. Me quiero referir al siglo I a.C del Gran Imperio Romano, cuando se acabó el mito de la vida política republicana con más de 500 años de vida que había sido heredada de Grecia y fue desechada en tan solo 40 años que duró el reinado de Cesar Augusto.
A mediados del siglo II a.C. había un clima de gran agitación hacia el interior de Roma que culminó con los asesinatos de los Graco. Quienes eran dos hermanos con ideas avanzadas que en su calidad de Tribunos de la Plebe reclamaban una ‘reforma agraria’ donde hubiese una distribución gratuita de tierras entre los ciudadanos más pobres de Roma, en perjuicio de los poderosos terratenientes. Razón por la cual ambos hermanos fueron asesinados.
Con la muerte violenta de los Graco se inició el siglo I a.C que fue el más terrible de la historia de Roma. En ese siglo Roma se llenó de sangre con guerras civiles interminables, cuya causa era justamente su inmenso poder y sus enormes dominios territoriales. Las instituciones republicanas que habían servido durante 500 años se volvieron insuficientes para administrar sus posesiones que iban desde Normandía a Africa del Norte y desde la Hispania visigótica hasta Bizancio.
Los romanos habían hecho leyes para evitar que un solo hombre ostentase el poder absoluto, pero los generales romanos se habían vuelto muy poderosos y apoyados por sus legiones y por los recursos de las provincias que gobernaban se peleaban entre ellos para alcanzar el poder único. Así lo hicieron Mario y Sila, luego César y Pompeyo y al final Antonio y Octavio.
De modo que al final de ese período de luchas destaca la figura de Julio César, quien consiguió concentrar en su mano todos los poderes políticos existentes. Pero Roma no estaba lista aún para este cambio y Julio César fue asesinado por un numeroso grupo de senadores en el año 44 a.C. Dejando como único heredero al joven Cayo Octavio que luego se convirtió en César Augusto, defraudando a Marco Antonio quien era su sucesor natural. Aunque Cayo Octavio solo tenía 18 años y era un pariente lejano de Julio César, resultó ser la persona idónea que Roma requería. Octavio gobernó Roma junto a Marco Antonio hasta que se deshizo de éste en la famosa victoria de Egipto sobre Marco Antonio y Cleopatra en el año 31 a.C, dejando a Roma solo en sus manos.
Pero Augusto nunca lo aceptó y poco a poco fue edificando el Imperio, diciendo que las modificaciones que establecía eran para mejorar el funcionamiento de la República. De modo que durante los 40 años de su reinado fue espaciando con cuidado las reformas de forma lenta y escalonadas. Llegando en ocasiones a fingir que abandonaba la vida pública para devolver la normalidad a la República, pero los ciudadanos y los mismos senadores sabían que sin él volverían a la Guerra Civil por lo que le suplicaron que renovara su mandato. No obstante él solo aceptó una prórroga temporal y tardó mucho tiempo en aceptar un poder indefinido del Senado.
El Senado le concedió el título religioso de Augusto en el año 27 a.C y su nombre pasó a ser el del octavo mes del año. Como Augusto sabía bien que los romanos detestaban la monarquía combinó con inteligencia la tradición y el cambio al crear una nueva forma de gobierno en la que el emperador no sería un rey, sino el primero de los senadores destinados a velar por todos ellos.
El reinado de Augusto inició la época más brillante de la cultura romana con figuras como Virgilio, Ovidio y Tito Livio, cuyas obras constituyen el período del clasisismo más puro en el arte. Una edad dorada que será recordada por los autores de todas las épocas.
Adenda: Ahora mismo se inicia el fin del mito de la república federal de los Estados Unidos que no ha durado tanto como el de la República Romana. Pero al frente de ese gran desafío no está una persona inteligente y justa como lo fue César Augusto, sino un personaje que está enamorado de sí mismo y de todos los que como él, consideran que los valores éticos y las relaciones entre los seres humanos solo son parte de un ‘reality show’ que nunca termina.