Señor Presidente, la historia no lo absolverá

Las celebraciones del centenario de la Revolución Mexicana y el bicentenario de la Independencia han traido a la luz un gran número de publicaciones sobre los aspectos de la Revolución y su cultura. En este proceso de “soul searching” de nuestra historia, se han validado dos métodos para pensar la Revolución Mexicana (Luis Barron 2004). El primero de reciente cuño, lo podríamos llamar culturalista apoyado en la sociología, la antropología y la psicología social; el cual se nutre además, en la historia cultural regional (derechos culturales, lazos comunitarios etc.). El segundo, el tradicional, se concentra en la relatoría de los eventos propiamente dichos en relación con el marco de su tiempo y la etnografia por sólo mencionar dos aspectos.

Al margen de las interpretaciones dialécticas de nuestra Revolución como una lucha de clases, en donde “los de abajo” tratan de apropiarse de los medios de producción que se encuentran en posesión de unas pocas manos y buscando trascenderlas, el concepto culturalista intenta desentrañar cómo el pueblo recibe, rechaza y modifica todo aquello que proviene del discurso de las élites para incorporarlo en la creación de un nuevo proyecto, que puede a su vez ser maquillado por los nuevos gobernantes para favorecer sus intereses. Ese matiz o maquillaje sera adoptado por el discurso de sometimiento de los nuevos mandos para crear una cultura artificiosamente popular que sea vendible a aquellos grupos que participaron en el cambio.

La Revolución Mexicana como toda Revolución es el rompimiento en forma violenta de un paradigma impuesto por el Estado para ser substituido por otro nuevo paradigma que recoge todo aquello que pudiera funcionar para establecer una nueva hegemonía portadora de un nuevo discurso, para consolidarla. Una ortodoxia acicateada por una heterodoxia que al entronizarse se convertirá en otra ortodoxia. En este proceso de cambio, este nuevo discurso postrevolucionario utiliza la cultura popular para infiltrar las nuevas formas institucionales y de esa manera ablandar cualquier resistencia de los grupos subalternos. Es aquí donde se produce una negociación entre la nueva ortodoxia que desea establecer su hegemonía y los campesinos y los obreros que son la masa crítica que se utiliza como ariete para modelar la nueva identidad.

El enfoque de la historia sobre arte, mitos y ceremonias que forman la lirurgia que construye el simbolismo de todos los aspectos culturales del periodo postrevolucionario, incluyen moda, gastronomía y lenguaje para codificar y darle lustre (hacerla vendible) a esta nueva identidad. Por otra parte las raíces históricas de la actuación política del os ciudadanos postrevolucionarios será siempre incorporada al discurso de los nuevos dueños del poder y del dinero.

Este estudio busca analizar como se forman los cimientos con los que el poder se contruye con base en su propia cultura, no sólo real sino también simbolicamente para lo cual la utilización de este basamento popular es clave. El nuevo poder, utiliza el monopolio legítimo de la violencia del Estado para someter, cuando se ha desgastado el paradigma existente y cuando su viabilidad se ve comprometida que es lo que ocurre actualmente en Mexico. Esta circunstancia es casi siempre la antesala del Estado fallido y lo hemos observado recientemente con Afganistan, Rusia, Costa de Marfil, Colombia y un largo etcétera.

La historiografía ha demostrado que en México siempre se establece el flujo del poder de arriba hacia abajo “Top Down”. pero con su tradicional forma de engañar al pueblo, quieren las élites dar la impresión de que el poder se construye de abajo hacia arriba “Down Top” para lo cual utilizan a la “cultura revolucionaria” como el cemento cohesionador. Es aquí donde la pintura de los grandes muralistas Rivera Siqueiros y Orozco, la música de los corridos como ” la cucaracha”,  se llevaron el cañon para bachimba, la literatura de Mariano Azuela (los de abajo) y Agustin Yañes (al filo del agua), el cine (Santa y la Cucaracha) y la enseñanza tutelada a nivel fedral desde Vasconcelos que según sus propias palabras cuando fue rector puso “a la Universidad al servicio de la Revolución”, hasta el texto único de nuestros dias, contribuyeron para que el desposeído campesino revolucionario se transformara en el paria de la sociedad urbana.

Este proceso de inducción cultural del sometimiento persiste hasta nuestros días, en gran parte ahora auxiliado por la televisión duopólica. Es a través de este vuelco transcultural orquestado desde las élites que los cuatro millones de indígenas pobres y un número similar de mestizos impecunes que existían en 1910, fueron secuestrados durante un siglo por el ogro filantrópico y sus adlateres (los dueños del dinero) para transformarlos en los cuarenta millones de mexicanos que viven actualmente en pobreza extrema, utilizando como siempre la retorica de bambú y el discurso que promete reiteradamente sin cumplirlo, la reivindicacion social.

Es en este caldo de cultivo de pobreza extrema donde se genera la violencia que actualmente vivimos, recordando que fuera de muy honrosas excepciones todos los políticos de Mexico y sus “cronies” los empresarios se han enrriquecido con el erario , con el tráfico de influencias o ambos, secuestrando esa riqueza que debería ser distribuida para “los de abajo” propiciando la peor de las formas de violencia, como diria Gahndi, que es la pobreza y generando consecuentemente las desigualdades en ingreso y oportunidades donde México ocupa el deshonroso lugar 61 mundialmente.

Por otro lado sin querer justificar lo inustificable, pero con la necesidad urgente de entender nuestra realidad, debemos considerar que hemos creado un sincretismo entre dos culturas simbióticas, generadas por la pobreza extrema, secundarias a la corrupcion y la impunidad por un lado (Cuadrivio, Eduardo García Flores. 2009) y la violencia extrema por otro. Con estos antecedentes no podemos dejar de protestar cuando sólo se hace mención en los secuestros a una sola parte de la ecuación, y sorprende, que un renombrado comunicador, se haya refierido en su programa radiofónico, sólo a esos hijos de Puta que secuestran, decapitan y matan y no sea lo suficientemente ecuanime o razonablemente analítico para mencionar a los otros hijos de la cuatlicue fisurada, que durante cien años han secuestrado las riquezas del país y con ello las oprtunidades para sobrevivir del cuarenta porciento de los mexicanos.

Cuando el discurso de las élites se ciega en forma tan obsecada, cabe recordarles a estos miembros de la “inteligencia”, que nuestra sociedad ha sido cómplice del despojo criminal de parte de los dueños del poder y del dinero, negándoles a esos “indeseables” ya no digamos una vida digna, como tan machaconamente se dice, sino simplemente una vida, como lo atestiguan las “24 tumbas que cada mes se cavan para albergar huesos tiernos que corresponden a los ejecutados más pequeños e inocentes del conflicto armado” (Proceso Enero 15 2011). El discurso del Estado, que describe estas muertes inocentes como daño colateral, es inaceptable, porque en forma obtusa trata de justificarlas, al major estilo maquiavélico como un mal menor para obtener un bien mayor que sería la reducción de la violencia.

Nuestra sociedad esta secuestrada por maleantes, pero no olvidemos que de los treinta y cinco mil asesinatos ocurridos en el presente sexenio menos del 5% son capos importantes, el resto es simplemente la gleba irredenta, que si hicieramos un viaje en el tiempo, sería la misma plebe hambrienta que tomó la Bastilla en la Revolucion Francesa. Es a este grupo de personas sin esperanza, llamada despectivamente el “lumpen proletario” al que de una forma indirecta nosotros los hemos secuestrado en la pobreza extrema y ahora estamos recibiendo toda la rabia de un desquite que de ninguna manera es justificable pero que si ha sido en parte propiciado por nuestra complicidad como sociedad codiciosa, sileciosa y corrupta donde campea la impunidad.

Sólo entendiendo la dimensión de esa cólera embotellada del resentido social, de esta virulenta bacteria de la violencia que ha infectado ha tantos marginados en nuestro México, podremos asimilar que en este tercer siglo de nuestra vida nacional la cultura de la violencia y de la anarquía y su acompañante natural, la indefensión aprendida, han sentado sus reales para perdurar por largo tiempo. Esto se hara aun más patente, cuando en otros cien años se analice por historiadores, para entonces conocedores a fondo de los genes culturales de la poblacion mexicana, nuestro rotundo fracaso en este momento histórico que nos esta tocando vivir. En ese análisis surgirán también los debilitamientos morales de nuestros líderes (políticos y empresariales) que no serán absueltos ante la historia.

Es conocido el dictum de que violencia genera más violencia, y aquí tenemos que reflexionar sobre la ausencia de una política social integral del Estado que se debate en discusiones bizantinas sobre mandos únicos o plurales sin tomar en cuenta, por ejemplo, que el concepto de seguridad va mas allá que el de criminalidad y está más allá que el problema del crímen organizado. Existe ademas el efecto diseminador que se ha discutido con el fenómeno de las “ventanas rotas” y que tiene como fondo el aspecto contaminante de la violencia en donde ha surgido también, por llamarle de algún modo, el crimen desorganizado, donde dos o tres “mens rea” se asocian para asaltar, secuestrar o matar sin pertenecer a ningun grupo organizado como ocurrio en Nuevo Leon con la muerte del alcalde de Dr. Gonzales o en Monterrey donde “niños bien” de las Universidades de Monterrey y Nuevo León secuestraban a sus compañeros estudiantes.

Sin embargo, la mayoría de quienes secuestran son los que complicitariamente les hemos secuestrado las oportunidades para sobrevivir, actuando como sociedad frívola y agachona ante el poder. Si siguen así las cosas, la siguiente alternancia no será de partidos sino de una cleptocracia por una ocleocracia y será entonces cuando nos percatemos que las tres instituciones de la modernidad Familia, Sociedad Civil y Estado, se desarticularon en este tercer siglo de “Independencia” por la venalidad de los que nos dirigen.

Se ha dicho que el siglo XVIII fue el de las luces, donde hombres ilustrados concibieron desterrar la ignorancia la tiranía y la superstición para crear un mundo mejor; el XIX el de las ideas que generaron las dos grandes utopías ideológicas (Adam Smith y Marx), de las que abrevaron los hombres del siglo XX, que fundaron la Instituciones. No deseo ser profeta del pesimismo mis alcances son mas modestos, pero el siglo XXI sera si continuamos por esta ruta, el de las lacerantes realidades que expondran en llagas supurantes, los detritus ideológicos de dos sistemas contrapuestos, el marxismo como una utopía de necios que asaltaron la fortalerza del Estado para generar un autoritarismo a ultranza y lograr el sometimiento de sus pueblos y la del capitalismo que desembocó en el mortero de la destruccion del planeta con un sistema económico depredador y salvaje, reduciendo las posibilidades de supervivencia a un mínimo inimaginable a las 2/3 de la población planetaria.

El comun denominador de ambos sistemas es la falta de empatía para sus congéners humanos; el embelesamiento en el poder de los primeros y la codicia desmesurada de los segundos, nos han llevado al fracaso social que vivimos.

Somos en la actualidad una sociedad tecnológicamente muy avanzada pero individualmente hemos efectuado el retroceso a la época de las cavernas, sepultando cada vez mas profundamente conceptos como benevolencia, solidaridad y bien común por nuestra ausencia de empatia, y esto require también otra reflexión-orientar nustras políticas sociales ayudados por la ciencia.

La ciencia sería un cuerpo doctrinario estéril si no sirviera para ayudar a la sociedad; la sociedad sería una entelequia sin rumbo ni sentido, si moralmente no avalara el conocimiento. El presidente Obama lo dijo claramente en su inspirador discurso ante los hechos recientes de los crimenes de Tucson, mencionando la nescesidad imperiosa, que el Estado diriga especificamente recursos para resolver los problemas de salud mental individual y comunitara, los cuales son indispensables para evitar estos abominables crimenes.

El uso social de la ciencia es una disciplina casi ausente en Mexico y en tiempos actuales los problemas de sociedades enfermas son un capítulo en revisión de la antropología social y de la psicología social. Pero al igual que en la terapéutica de la enfermedad individual si queremos controlar esta inercia de violencia, el más serio de los síntomas de enfermedad social que está arrastrando a la nación a la desintegración, debemos actuar primero que nada preventivamente y este tratamiento de largo plazo, se inicia con la educación familiar y el fortalesimiento de lazos comunitarios, que la ciudadania debera rescatar de las manos ineptas del Estado. Sólo así podemos buscar una salida a este impasse de violencia que estamos viviendo en nuestro país, solo así podremos mañana decirles a nuestros hijos que no fuimos cómplices de este secuestro social.

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