Los símbolos de México (primera parte)

 

Apenas ahora, cuando han transcurrido las vidas de dos generaciones y media, Adrián se ha percatado que su vida no ha sido muy diferente a la de las demás personas con orígenes similares a los suyos. De la misma forma como vivieron sus contemporáneos, Adrián ascendió notablemente en su escala social, realizó estudios laicos institucionales, fue a la universidad, obtuvo un trabajo que le proporcionó ingresos suficientes para casarse con la única mujer a la que amó en su vida, procreó una familia a la que dedicó la mayor parte de sus ingresos, nunca ahorró y dedicó el resto de sus ingresos para llevar a cabo los dos grandes sueños de toda su vida: encontrar los orígenes de las artes virreinales de México y realizar viajes hacia diversas regiones del mundo en búsqueda de sus mitos culturales originales para tratar de entender el proceso de la evolución humana desde una visión distinta a la darwiniana.

Con relación a la etiología de las artes virreinales en México, Adrián logró sustentar con múltiples pruebas realizadas ‘in situ’ algunas hipótesis sobre el proceso de selección que realizaron las etnias purembes ubicadas en la región lacustre desde Yuriria y Cuitzeo hasta Pátzcuaro y en la Meseta Tarasca, cuando sus territorios fueron invadidos por los monjes agustinos que instalaron sus edificaciones educativas, monásticas y eclesiales con el tradicional plateresco español de esa época cuando convergían tres estilos arquitectónicos: el gótico, el renacentista y el mudéjar. Quizá por una identificación con los símbolos, los elementos arquitectónicos conservados en la región lacustre fueron las conchas, veneros y columnas abalaustradas, mientras que en la región montañosa, también por identificación de símbolos, se inclinaron por los alfices de origen mudéjar que se esculpían en cantera o en piedra volcánica para decorar los imafrontes de las edificaciones y los alfarjes historiados elaborados con madera para techar las construcciones de las zonas sísmicas. Pero los elementos simbólicos originales de la cultura purembe no resurgieron jamás en las construcciones civiles y religiosas hasta los tiempos actuales.

Un siglo después, cuando llegó el barroco a México, también se llevó a cabo un proceso de selección de símbolos similar a lo ocurrido con los purépechas. A pesar de que el barroco salomónico de la columna en espiral había llegado con antelación, apenas fue vista la primera pilastra estípite del churrigueresco, justo en los imafrontes del sagrario de la Catedral de México, todos los cantereros mestizos y aborígenes del Valle de México, de Puebla, Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas se identificaron de inmediato con el elemento fundamental del churrigueresco, quizá porque su estructura lineal era semejante a los símbolos de la cultura mesoamericana o porque ese símbolo del cuerpo humano de origen islámico les había resuelto su ancestral problema del espacio y el volumen. Al grado de que las obras realizadas en México con ese estilo arquitectónico, nunca han sido superadas por ninguna otra edificación barroca del mundo.

Además de esos símbolos arquitectónicos de Occidente que fueron elegidos por las diferentes etnias aborígenes y luego por los mestizos, los demás símbolos visibles en las artes y artesanías mexicanas no parecen proceder de España y Occidente, sino de la India y los países del Lejano Oriente que fueron escala de las labores proféticas de los monjes católicos trasnacionales que luego vinieron a México y del permanente comercio marítimo de la Nueva España con China. Pero de los símbolos originales de la maravillosa cultura mesoamericana sólo han quedado sus ruinas y quizá algunos de los rasgos del carácter de los mexicanos, como sus estrictos conceptos familiares, su alegre forma de hacer el comercio, su insólita visión de la muerte y la ausencia total de elementos metafísicos derivados de una cosmogonía propia con los que pudiesen haber construido una cultura colectiva genuina.

Adrián piensa que gran parte de su inercia al cambio y de su proclividad al sometimiento de la sociedad mexicana del presente se debe a que su cultura colectiva se ha ido elaborando, desde su inicio, con símbolos falsos, ya sean provenientes de las historias oficiales, de las instituciones religiosas, de la dominante nación norteamericana o de la plutocracia nacional y extranjera que domina al País, combinados con un proceso permanente de destrucción y de olvido de los verdaderos símbolos de la maravillosa comunidad mesoamericana desde su etapa del período ‘preclásico’.

Al analizar la historia del País, Adrián encuentra una serie de falsedades y contradicciones que han influido en la mente ladina y confusa de los mexicanos, por lo que esta conducta no ha sido consecuencia exclusiva de la mezcla genética derivada del mestizaje, sino de la desaparición forzada de los símbolos mesoamericanos durante los trescientos años de la Colonia y la distorsión permanente de los símbolos de la realidad nacional durante más de dos siglos, realizada por los dirigentes políticos, líderes religiosos y los grandes capitalistas que están asociados con los monopolios nacionales y extranjeros. Pero sobre todas esas versiones de los hechos han prevalecido las historias que Washington haya decidido divulgar y en cuyo poder están aún los documentos históricos más importantes de la vida política, social, religiosa y cultural de la nación mexicana.

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