El rechazo de los grupos empresariales regiomontanos a las solicitudes de empleo que había presentado Adrián a principios de los años sesentas, lo llevó a trabajar como ‘free lance’ con Genaro Leal, un ingeniero químico muy conocido en el ámbito de la industria regiomontana, quién había sido su maestro en la escuela secundaria y tenía un extraordinario carácter emprendedor. Con ese maestro, Adrián aprendió el difícil arte de ganarse la vida de forma honesta, mediante la venta de todo tipo de productos químicos y materiales para uso en la industria a los que lograba añadirles un determinado grado de interés y de curiosidad por parte del cliente. Obviamente, la mercadología que aprendió Adrián de su maestro, no era una tecnología explícita, sino una complicada maniobra mental que no era posible realizar solo con el uso del raciocinio, sino que involucraba elementos irracionales que generaban simpatía y confianza en el cliente potencial. Hasta el presente, Adrián no ha logrado descifrar el misterio de ese complejo arte de vender objetos donde se mezclan el raciocinio del comercio con el difícil arte de simpatizar con todo género de personas.
Las múltiples relaciones comerciales de su maestro lo llevaron a conectarse con muchas empresas de origen norteamericano que operaban en México con la representación de su jefe, quién por azares del destino jamás logró asimilar ni siquiera las frases coloquiales más simples del idioma inglés, por lo que una de las empresas norteamericanas que empezaba a instalarse en México, contrató a Adrián en forma directa y su vida azarosa cambió de pronto por completo, dentro de una organización donde había una concepción del mundo totalmente distinta a la de los mexicanos. Pronto descubrió que la puntualidad era una de los aspectos de mayor importancia en la operación de la empresa, así como el uso institucional de vestuarios formales en todo momento y sobre todo el desarrollo de una permanente actitud de obediencia a los superiores que implicaba el uso invariable de la cortesía, sin importar que contuviese un alto grado de hipocresía.
Los conocimientos prácticos heredados de su anterior jefe, la simpatía que desarrolló en Edward I. Piernick, su jefe inmediato de origen judío que residía en Miami para estar cerca de las instalaciones del Caribe y de Latinoamérica pronto lo proyectaron hacia altos puestos dentro de la organización internacional de la empresa y sin percibirlo, su propia concepción del mundo y su conducta fueron modificadas por las experiencias hacia el interior de la empresa trasnacional que lo había empleado.
A principios de 1971, Adrián tuvo su primera experiencia comercial en el ámbito de los Estados Unidos al ser designado como negociador oficial de la empresa corporativa donde trabajaba para la adquisición o asociación con una firma norteamericana ubicada en un pueblito cercano a Danville, Illinois, donde una familia de productores de maíz en alta escala había instalado una planta para la producción de alcohol furfurílico, uno de los productos fundamentales para el desarrollo de las resinas furánicas, como nuevas opciones para aglutinar todo tipo de partículas y fibras. La idea fundamental era crear un sucedáneo de las resinas fenólicas y de urea formaldehido que requerían de energía térmica para endurecer.
De la ciudad de Chicago había un vuelo diario hacia Danville que no partía de la ciudad hasta que se pudiese justificar con el número de pasajes ya pagados de quienes subían a la pequeña nave. Por lo tanto la hora de arribo a Danville no estaba determinada. El pueblito donde negociaría con el magnate productor de maiz a gran escala estaba a casi dos horas de Danville, por lo que Adrián rentó un automóvil en el aeropuerto y se dirigió al lugar de su encuentro con el propietario de la planta, pero para calmar el hambre decidió parar en el camino y tomar una taza de café. Adrián entró a la pequeña tienda en la orilla del camino vistiendo el saco y la corbata que su empresa le exigía en todas las actividades oficiales. Entonces se dirigió con mucha cortesía a la solitaria empleada del ‘convinience store’: Lady – le dijo Adrián – may I have a cup of black coffe? La dependienta le contestó con muy mal talante – I´m not a lady, I’m a nigger. If you want a black, ask for a black, but don’t fuck with me.
Adrián llegó a la oficina del Señor Stewart y le mencionó el incidente que había tenido con la negrita, cuando intentaba comprar café en la pequeña tienda, Stewart le comentó que así era toda la gente de piel obscura, que siempre estaba renegando de su trabajo – Fortunatly you are going to deal with white people like me, and we are happy all day long. Ese mismo día Adrián conoció a gran parte de los empleados del Sr. Stewart y desde el inicio de la noche bebía amigablemente con ellos en un pequeño bar del pueblito. Ya entrado en copas, Adrián le preguntó a uno de sus interlocutores si estaba contento con el trabajo que realizaba en la empresa resinera, quien con un repentino gesto de seriedad en su cara le dijo a Adrián – Don’t get too personal with me; hardly you saw me a couple hours ago for the first time and you are trying to get too personal with me.
A partir de ese reclamo que le hacía una persona estadounidense de su mismo nivel económico y de una jerarquía inferior dentro de la organización empresarial, Adrián comprendió que en los nativos de la nación vecina las relaciones interpersonales estaban dentro de parámetros muy diferentes a las de los pueblos latinoamericanos, donde es muy pequeño el ámbito individual de sentimientos que se ocultan a las demás personas. En tan solo un día de experiencia de trato directo con los norteamericanos, Adrián percibió la gran diferencia que existía en su cultura colectiva y en el grado de discriminación racial. Esos dos rápidos aprendizajes agilizaron los trámites del acuerdo de fusión entre las dos compañías en una tercera empresa propiedad de ambas y en unos cuántos días finalizó con éxito la primera tarea de Adrián realizada fuera de su ámbito regular de trabajo en naciones de Latinoamérica.
Con cierto grado de sorpresa, Adrián aceptó la invitación del Sr. Stewart a una fiesta de despedida, donde estarían presentes los empleados de la nueva empresa, casi todas las personas que intervinieron en la realización del acuerdo y los familiares del Sr. Stewart. Cuando Adrián llegó a la fiesta ya había mucho estruendo en el salón causado por la música de un aparato de sonido a todo volumen y los diálogos y risas de quiénes habían llegado al evento desde tempranas horas de la tarde y habían consumido gran cantidad de botellas de champaña que se veían ya vacías sobre las mesas. No obstante, la presencia del Sr. Stewart en compañía de su esposa y dos de sus hijas produjo un breve remanso de silencio que le permitió pedir el micrófono principal de la sala y apagar el aparato de sonido que emitía música ‘contry’ a un volumen muy alto.
Con el enorme micrófono en sus manos, el Mr. Stewart agradeció la presencia de todos quiénes habían cooperado para crear la nueva empresa productora de alcohol furfurílico, para producir resinas furánicas de secado al aire, las cuáles eran la solución perfecta en ese tiempo de restricciones del Gobierno en el uso de generadores de calor por la falta de petróleo en todo el mundo. Luego se dirigió a Adrián para felicitarlo por haber facilitado el acuerdo comercial con la gran empresa que representaba, señalando, con admiración que jamás había realizado una negociación tan expedita y clara como la actual, a pesar de que Adrián no era un ‘hombre blanco’ como lo aparentaba en el color de su piel, sino que era de origen mexicano.
El hijo del Sr. Stewart que ya había consumido mucha champaña pegó un grito entonces, señalando que Adrián había engañado a su padre con su piel blanca, ya que los mexicanos, de acuerdo a su cultura institucional, eran una raza despreciable de indígenas con la piel oscura que aún realizaban sacrificios humanos y se la pasaban bebiendo tequila debajo de los cactus. El Sr. Stewart no se alteró, ni regañó a su hijo alcoholizado, sino que tomando de nuevo el micrófono en sus manos confirmó la verdad que había en las palabras de su hijo Pat, diciendo – Yo también pensé lo mismo que Pat, pero el jefe de Adrián, quién es un judío a quién yo respeto mucho, me dijo que a pesar de ser mexicano, Adrián tiene sangre judía en sus venas, por lo que yo me sentí muy seguro cuando lo enviaron a negociar conmigo.
Luego, para terminar su intervención de forma jocosa, dijo que el creía, como todos los americanos que cuando Dios los bendijo al principio de los tiempos, sólo se refería a quiénes tenían la piel blanca.
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