El mundo onírico de Adrián había permanecido intacto después de que abandonó su casa-bazar de la Calzada Madero. No obstante, el diario desfile de los psicópatas del barrio, las graciosas tonadas flamencas de los maletillas mezcladas con su incomprensible versión del caló regiomontano, más el paso cansino de los obreros de la Maestranza cuando regresaban a sus hogares después de largas horas junto a los hornos de acero propiciaron que su proceso imaginativo durante las horas de sueño se acelerase a tal grado que al amanecer sufría períodos prolongados de confusión durante los cuáles no lograba diferenciar las imágenes del sueño de las reales. Vivía enmedio de un carnaval promiscuo y caótico donde los fantasmas de Goya y de García Lorca convivían con los de Dalí, Marx y Freud.
Esta catalepsia ligera de Adrián se agravaba cuando el sueño interrumpía sus prolongadas horas de lectura, al grado de que no sabía cuando dejaban de merodear los seres reales y aparecían los fantasmas. Aunque en la parte final de su infancia predominaron las lecturas de personajes aventureros que vivían entre la realidad y la fantasía, de pronto estaba totalmente inmerso en los grandes clásicos franceses y rusos del teatro y la narrativa; había hurgado en toda la tragicomedia griega, Cervantes y Shakespeare lo habían enterado de la Modernidad Histórica, mientras que la literatura filosófica de Thomas Mann, Faulkner, Steinbeck, Herman Hesse y Camus dominaban el mundo editorial de los cincuentas regiomontanos.
El ingreso a la preparatoria del Colegio Civil abrió las puertas de un nuevo mundo para Adrián. En esa época la la universidad del estado de Nuevo León estaba dirigida por un extraordinario grupo de intelectuales y profesionistas liberales encabezados por Raúl Rangel Frías, quién había sido formado dentro de la cátedra liberal y progresista de la UNAM. Pero se enfrentaba al medio ultraconservador y reaccionario de los regiomontanos que se habían fraguado en una compleja encrucijada de mitos, convirtiéndose en un célula social mesiánica y narcisista con abierta tendencia hacia la discriminación pigmentaria, al fascismo, a la imitación de las costumbres y cultura del vecino país del norte y a su absurda mitología francmasónica, aún cuando ésta desdeñaba al dios bíblico de los cristianos a quién decían amar con devoción.
La idea fundamental de la dirigencia de la Universidad de Nuevo León de aquella época era la de transmitir a los jóvenes nuevoleoneses los valores y las ideas torales de la Ilustración sobre los que se habían construido la mayoría de los Estados republicanos de Occidente. El proyecto era magnífico – aún cuando tuviera un siglo de retraso con respecto al México mesoamericano – porque además incluía la enseñanza de la cultura humanística y artística de Francia que a pesar de la inercia negativa de la Segunda Guerra Mundial seguía siendo el país más culto del mundo Occidental. De hecho, en ese período de auge universitario se fundó la Facultad de Filosofía y Letras, para lo que el Estado importó a un maestro emérito de la Sorbona que impartía las cátedras básicas de la disciplina filosófica. También se crearon la Facultad de Arquitectura, el Teatro Universitario, La Escuela de Artes Plásticas, La Escuela de Música, La Biblioteca Alfonso Reyes y un Departamento de Extensión Universitaria que impulsaba todo género de expresiones artísticas y culturales.
Bajó la dirección de Rangel Frías, la Universidad de Nuevo León se convirtió en un semillero de artistas y de humanistas, se publicaban periódicos y revistas de la misma Universidad y surgieron varios grupos teatrales y literarios autónomos que financiaban sus propias obras y publicaciones. En el medio literario destacaron Armas y Letras, Katarsis y Apolodionis (que luego se convirtió en Salamandra); en el medio teatral, además de la Escuela se modificó el Aula Magna de la Universidad para realizar todo tipo de eventos culturales y se creó un exitoso ‘Teatro de Revista’ como resultado del cine de Hollywood de los cincuentas cuando se producían infinidad de comedias musicales. Cuando Rangel Frías fue electo gobernador de Nuevo León, la Universidad había quedado en manos de sus extraordinarios mentores, se construyeron las bases de la Ciudad Universitaria y en muchas de las Facultades existentes se habían establecido departamentos de investigación que son la verdadera esencia del espíritu universitario.
Quizá debido a su formación académica en el medio de la ciencia y la filosofía, más su profunda obsesión por la literatura, la arquitectura y las artes plásticas, lo que más sorprendía a Adrián era que el medio de la plástica produjera más jóvenes talentosos con proyección nacional que ninguna otra forma de arte. No lograba comprender que una forma tan simple de expresar la realidad en donde no percibía ninguna racionalidad pudiera ser un medio de comunicación masivo tan efectivo que aún cuando no lograba penetrar el muro de pragmatismo y malinchismo de la sociedad regiomontana si alcanzaba aceptación y éxito en la ciudad de México, donde los iconos vivientes de la Plástica Mexicana, Diego Rivera y Siqueiros tomaron de la mano a varios artistas regiomontanos y los convirtieron en sus discípulos favoritos.
La pléyade de jóvenes y brillantes maestros universitarios a quiénes lideraba Rangel Frías se unieron a otros grandes intelectuales y profesionistas quienes desde la década anterior habían construido la primera generación de regiomontanos con ideas socialistas. El Doctor Angel Martínez Villarreal, quién fue rector de la Universidad de Nuevo León y era considerado como uno de los mejores cardiólogos del mundo; el investigador y Dr. Eduardo Aguirre Pequeño; el Dr. Salvador Martínez Cárdenas; el extraordinario periodista y escritor José Alvarado, quién también fue rector de la Universidad, echado de su cargo por la élite regiomontana; el profesor y literato Francisco I. Zertuche; los hermanos Reyes Aurrecochea, Vicente y Alfonso, quiénes dieron sus mejores días a la Universidad de Nuevo León; el Dr. Pablo Livas Villarreal quién también fue rector de la Universidad; el gran maestro Humberto Ramos Lozano, fundador del primer colegio privado de educación superior laica en Monterrey y un nutrido grupo de universitarios que continuaron la ruta del socialismo hasta los años ochenta, cuando se colapsó el socialismo real de la Unión Soviética.
La respuesta de los grupos industriales dominantes en Monterrey fue impulsar al Instituto Tecnológico que habían fundado en la década de los años cuarenta con el doble propósito de conseguir técnicos bien preparados para trabajar en sus industrias y transmitir las ideas de las universidades norteamericanas donde ellos mismos habían estudiado y les habían mostrado el verdadero camino para la realización del ser humano, tal como sucedía en la gran nación vecina. De esta forma se importó a la ciudad de Monterrey y luego se envió al resto de México una mitología paradójica que no era compatible con su historia y con sus complejos mitos; aunque sin duda había sido exitosa en la sociedad estadounidense donde aniquilaron a sus aborígenes, destruyendo por completo sus mitos y reemplazándolos por una versión totalmente distorsionada del mito puritano de los primeros pobladores anglosajones.
Hacia fines de los cincuentas, Adrián estaba atrapado en una encrucijada de ideas y emociones que no lo dejaban disfrutar la inmensa alegría de la juventud. El triunfo efímero del existencialismo y las crecientes tendencias nihilistas lo desilusionaron, alejándolo de la filosofía y lo condujeron a un período muy complejo de su vida, en la que una libido desbordada y una proclividad hacia las bebidas alcohólicas se mezclaban con la gran pasión por la literatura, la plástica y la mayoría de las artes. Pero aún no le nacía el menor interés por los problemas subsistenciales y menos aún por la búsqueda del éxito material que tanto apreciaban los regiomontanos.
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